Es un clásico en la vida diaria. Queremos hacer un montón de cosas nuevas cada día, pero en la vida real nunca vemos la oportunidad de empezar o, directamente, no sacamos ese tiempo para aprender cosas nuevas.
No se tome a broma lo que le vamos a decir: en 20 horas, puede aprender su sueño. Ya sea tocar la guitarra o aprender un nuevo idioma. ¿Esto va en serio?, se preguntarán. Sí. Lea por qué:
Claro que es lógico que no hablará un mejor inglés que la primera ministra británica en 20 horas, y tampoco le veremos tocar el piano en el Albert Royal House. Pero sí que podrá defenderse delante de los amigos y, quizás, por qué no, sorprenderlos.
Esto es porque hay un período inicial en el que se aprende la mayor parte de una materia. Las primeras veinte horas son las que dirán si usted tiene la capacidad de aprender a tocar un instrumento o aprender un nuevo idioma. La concentración y la ilusión de aprender algo nuevo, hacen gran parte del trabajo. Después de estas 20 horas, la mejoría en la técnica es casi imperceptible. Pero la constancia hará que, aunque no veamos mejorías, sigamos ensayando y practicando. Hasta dominarlo por completo.
Y, ¿cómo distribuir estas 20 horas? Lo ideal, según los expertos, es que sean 5 horas a la semana. Es decir, una hora al día. Además, en esta hora, no sólo aprenderemos algo nuevo, también escaparemos de la rutina diaria. Recuerda que sólo son 20 horas, 5 a la semana, 1 al día. ¿Y las dos horas restantes? La respuesta es clara: leer. ¿Sabes por qué? Porque las respuestas a lo que no sabemos están en los libros que nos faltan por leer. (Se dice).
Por muy atareados que estemos, en verdad, necesitamos esa hora. Para nosotros mismos. No valen parejas o amigos. Sólo nosotros. Nuestra mente y nuestro tiempo. Así, nuestra mente descansará de preocupaciones, tareas, cosas por hacer e incluso recuerdos del día a día. Será como reiniciar nuestro móvil cuando va lento y las aplicaciones se bloquean. Pero esta vez, lo haremos con nuestro cerebro.
También nos vendrá bien esa hora para que se asienten los conocimientos que hemos adquirido. Aunque no lo pensemos continuamente, nuestro cerebro va ordenando la información de forma involuntaria, sin que nos demos cuenta. Pasa así, por ejemplo, con aquellos estudiantes que el día de antes de un examen, no estudian, sino que sólo lo leen.