Tal y como os contamos la semana pasada el fallecimiento de los padres está en consonancia con el orden natural de la vida, pero tiene unas connotaciones que vienen determinadas por el momento y las circunstancias.
Por ello, hoy desde el Instituto Andaluz de Sexología y Psicología os contamos cómo es el duelo cuando muere un progenitor.
¿Cómo es el duelo cuando muere un progenitor?
El duelo constituye una reacción dolorosa a la pérdida y suele precisar de un tiempo más o menos largo para ser llevado a cabo. Toda muerte e incluso cualquier pérdida lleva consigo un proceso de duelo que, si se cumple, ayuda a superarla positivamente y a seguir adelante.
En ese proceso suelen darse o coexistir tres etapas:
- La primera fase es de incredulidad. La persona se enfrenta a la pérdida resistiéndose a considerarla como una situación definitiva e irreparable. Se trata de un momento de gran ambivalencia, en el que se alternan la aceptación y la no aceptación de esa realidad, lo que se refleja en momentos de calma y en otros de enfado, desesperación o gran irritabilidad. Para poder continuar el proceso de duelo, la persona debe asumir que su padre o su madre ya no existen en la realidad exterior. Esa aceptación puede resultar más difícil si la muerte fue inesperada o violenta, si no se pudo estar presente en los momentos postreros o en la última etapa de su vida.
- Una vez aceptada la pérdida se pasa por una segunda fase en la que, a pesar del dolor y la tristeza, se reconoce lo bueno que nos ha dado la persona fallecida, haciendo un balance de la relación con ella y siendo capaces de ver con cierta objetividad sus cualidades, a la vez que se siente agradecimiento por todo lo que se ha recibido. Pero atención: también se corre el riesgo de identificarse patológicamente con el destino de esa persona, es decir, con su muerte, y de vivir bajo una especie de dictado inconsciente, como diciéndose: «te voy a seguir». Si no se supera, multiplica el riesgo de enfermar o accidentarse y, en casos extremos, puede llevar al suicidio.
- En la tercera y última fase se aprende a vivir sin la figura del padre o de la madre; el hijo decide seguir adelante sin su presencia real, pero manteniendo vivo su recuerdo y lo que recibió de ellos. Según la edad y el tipo de vínculo con los padres, esta etapa puede ser más o menos difícil. No es lo mismo una persona adulta y capaz de tomar decisiones que una persona joven que tenga mucha dependencia y necesidad de apoyo familiar.